Un cuerpo quieto

Adrián Viéitez
4 min readDec 14, 2020

--

Undine, de Christian Petzold

Este sueño me lo invento: caminamos juntos a través de un mercado lleno de gente. Me detengo un instante a contemplar los colores de las piedras incrustadas en el centro de unos colgantes, pienso en lo irreal que parece ese azul, en que la piedra al romperse debería vaciarse de agua. Basta ese instante para perderte de vista, para que la bruma de rostros te esconda y yo me quede solo, frente a las piedras llenas de agua, buscándote con la mirada. Mi primera idea es la de salir a tu encuentro, pero después me convenzo de que volverás al último lugar en el que nos vimos, de que tengo que quedarme aquí hasta que tomes la decisión de desandar tu avance. La mañana se agota mientras la multitud se va aclarando poco a poco hasta que, llegado el mediodía, la calle se queda vacía. La dueña del puesto de los colgantes recoge sus cosas y también se marcha. Yo me quedo quieto en el mismo sitio, esperando a que regreses, convencido de que regresarás. Entonces me despierto.

01. la historia

En Undine, la última película de Christian Petzold, la protagonista trabaja como guía en el museo arqueológico de Berlín. Día tras día, explica a los turistas las modificaciones que el entramado urbanístico de la ciudad ha sufrido a lo largo de los últimos siglos. Para ello, emplea una maqueta sobre la cual reproduce un discurso ensayado con anterioridad. Las dos mentiras, enlazadas, buscan remitir a una verdad desconocida para el que escucha.

La película centra su narración en la historia de amor que trenza las vidas de la propia Undine y Christoph, un submarinista industrial que vive en un lugar no especificado, cerca de Berlín. Petzold filma los trenes atravesando la ciudad: la historia está en constante movimiento, las personas intervienen en ella cada día, las calles sufren profundas modificaciones con el paso de los años. Para visitar a Christoph, Undine debe coger un tren que la arranca de la ciudad, en cuya historia vive inscrita. Mientras se acerca a la estación de llegada, contempla a Christoph correr de manera infantil a través de la ventana, al principio muy rápido, más despacio a medida que el tren va reduciendo su velocidad. Al bajarse del vagón, la historia queda en pausa.

Tanto tú como yo formamos parte de unas circunstancias concretas, pero eso no nos define por completo: cuando estamos juntos encuentro escasos motivos en la ciudad que me sirvan para nombrar las cosas que se van desvelando ante mí. El hecho de que hayas entrado ahora en mi vida supone una nueva fundación del propio mundo que me rodea, las catedrales son las mismas pero yo las vuelvo a ver por primera vez a través de ti; tú y yo construimos una mitología específica que es incapaz de desbordarnos y que tampoco podemos tocar ni enunciar. La maqueta del amor que inauguramos se dibuja sobre la arena y se borra cada vez que el agua la golpea, renaciendo al despejarse la playa, siempre de una manera distinta.

02. los cuerpos

Christian Petzold se aprende de memoria los cuerpos de Paula Beer y Franz Rogowski, los filma tan cerca mientras se abrazan que sus articulaciones parecen confundirse: los brazos de él se flexionan alrededor de la espalda de ella como si estuviesen decididos a engullirla; al mismo tiempo, todo sucede con suavidad sacramental, Undine y Christoph se abrazan igual que el viento abraza al viento y se revela así la unidad que construyen. Una vez la puerta del tren se abre, podría decirse que los cuerpos actúan en base a su propio ciclo gravitatorio: el hecho de que estén juntos es, en el fondo, una cuestión de carácter físico, de carácter natural. Es algo inevitable.

Cuando se da la circunstancia inversa, cuando el tren vuelve a colocar un cristal entre ellos, Undine y Christoph pegan a él sus respectivas manos haciendo un último esfuerzo por evidenciar su conjunción. La tragedia de que el tren tenga que ponerse en marcha contiene la violencia exacta del tiempo al avanzar, de la ciudad arrasada por una guerra ajena a su disposición arquitectónica, a la piedra de sus edificios —que solo es piedra que espera, al fin y al cabo, piedra que espera—.

Al acostarme a tu lado suspendo la idea de que la noche vaya a terminarse, esquivo el sueño y caracoleo alrededor de tu cuerpo en busca de la postura adecuada para los dos. Guardamos silencio por miedo a que la enunciación reanude el paso del tiempo y la oscuridad se agote; instauramos la noción de un cuerpo único en el que reunirnos, prolongamos este tránsito hasta que todas las crueldades se reúnan para divorciarnos, para partirnos en dos. Sobre la longitud de la noche describimos paseos que se marchan en círculos con el agua de la ducha al despertar, cuando ya habitamos el epílogo del conjunto.

03. las palabras

Sé que quiero estar contigo porque no hay ninguna cosa que digas que no quiera escuchar, quiero que hables mientras te observo en silencio, que hables para cancelar la historia, para anular el futuro. Esto es todo lo contrario a la idealización: es la materia pura de las cosas, el color de tu piel y el timbre de tu voz; estas son tus palabras y cada una de ellas practica formas nuevas de acercarse a mí. La importancia de las cosas que me cuentas es sustantiva porque en el acto de decir comprendo que nuestros cuerpos también pueden acercarse de otras maneras, que no todo se agota en la gravedad, que tú también te escondes en las profundidades del mundo marino.

Este sueño me lo invento: la cercanía de tu cuerpo y la praxis de tus palabras se dibujan en horizontes titubeantes, uno nunca puede saber si las apariencias deformadas contienen en sí mismas un correlato de verdad.

Pero pasa una semana entera, el mercado vuelve a llenarse de gente y yo, quieto en el mismo sitio, conservo la esperanza de que vuelvas a buscarme.

--

--

Adrián Viéitez
Adrián Viéitez

Written by Adrián Viéitez

still, still to hear her tender-taken breath

No responses yet