Springsteen, mi futuro y un parque olvidado
Vale: antes de empezar, un par de cosas.
- Escribo este texto con el cuerpo, ejerciendo una violencia controlada sobre mi memoria, escuchando algunas canciones de Bruce Springsteen como intentando pulsar ciertos espacios concretos de mi pasado.
- La premisa de este texto es el 70º cumpleaños de Springsteen.
Eso es todo. Ahora bien, empecemos.
primera parte
me and my sister we’d hide out
Todo llegaba perfectamente organizado a los días de verano. Mi madre y mi padre trataban de conseguir que sus semanas de vacaciones coincidiesen; mi hermana y yo solíamos recibir pequeños regalos como recompensa por nuestras buenas notas. Delante de nosotros se levantaba un lago de quietud, un espacio de dos meses y medio dispuestos para el ocio. Íbamos al supermercado a comprar unos cuadernillos Santillana y así no perder el ritmo del aprendizaje, pero tampoco veíamos ese elemento como una cadena posible.
Trato de evocar estas imágenes sin mitificarlas, pero resulta complicado: creo firmemente que, a lo largo de aquellos inmensos veranos, llegué a sentirme libre de una manera que nunca más conoceré.
Empecé a escuchar a Bruce Springsteen temprano, quizá con doce, trece años; lo cierto es que no lo sentí cerca en un principio. Esa aproximación infantil encontró demasiados obstáculos en una estética predominantemente masculina, con aroma a combustible y hamburguesas de carretera. Unos años más tarde, volví. Lo hice bruscamente, después de una ruptura complicada. Sería ilógico pensar que la música de Springsteen me ayudó a sobrellevar el dolor de aquellos meses: no lo hizo en absoluto. No pienso que la música pueda lavar las heridas de los afectos rotos, tampoco el cine ni la poesía: las heridas se lavan con las manos. Pese a todo, durante aquellos meses de descubrimiento, puedo afirmar lo siguiente con una convicción que ya no titubea: la música de Bruce Springsteen fue una compañía fácil, la compañía justa para un instante particular; no mitigó el dolor, pero sí logró transformarlo en una versión más dócil de sí mismo.
segunda parte
i get shivers down my spine
Analizada en términos globales, pienso que la propuesta estética de Springsteen probablemente haya caducado. Hace ya más de 30 años que no es un músico particularmente relevante: durante estas tres décadas ha hecho música interesante, tal vez buena en ocasiones -pienso en The Ghost of Tom Joad o en The Rising-, pero difícilmente ha logrado aproximarse a aquella cosa que fue. Me explico rápido: a lo largo de los años 70 y la mayor parte de los 80, la música de Springsteen fue una entidad en transformación, de extrema vigencia discursiva. Durante unos años fundamentales en la formación de los parámetros culturales a los que hoy nos adscribimos -la agitación hippie, la asunción de los medios culturales por parte del sistema capitalista y la consiguiente ola de rebeldía artística, el asentamiento de las democracias occidentales-, Springsteen ofreció un contraplano emocionante, escribiendo desde abajo, observando las calles del mundo desde el barrio italo-irlandés de Nueva Jersey en el que se crió.
Ese elemento realista fue especialmente relevante a lo largo de esas dos décadas concretas, pero insisto: analizada en términos globales, lo más probable es que esa estética caducase tiempo atrás. Para entender por qué no lo ha hecho -para entender cómo ha sobrevivido la música de un artista que hablaba de combustible y la ruta 66 como adalides de lo obrero- cabe dar dos pasos más, abandonar el análisis contextual y centrar la atención en su poética, en algunas de las imágenes que salpican sus textos.
Me centro ahora en una, ubicada al principio de Thunder Road, la primera canción de uno de sus primeros discos, Born to Run, publicado en 1975. Canta Springsteen:
the screen door slams / Mary’s dress sways / like a vision she dances across the porch / as the radio plays (la puerta se cierra de golpe / el vestido de Mary flota / como una visión, baila a través del porche / mientras suena la radio)
Recuerdo muy bien el día que conocí a la persona de la que más enamorado he estado en toda mi vida. Yo cursaba segundo de bachillerato: eran las fiestas de carnaval y aquella mañana hice un baile extraño en el instituto, en cuyo recuerdo prefiero no recrearme. Atravesé la tarde sumido en una inquietud poco habitual; era consciente de que aquella noche podía ver a la chica con la que venía hablando de un tiempo a esta parte. Todo eso me ponía nervioso y lo sigue haciendo a día de hoy. Las cosas, sin embargo, fueron muy sencillas: una vez con ella sentí un calor limpio que eliminó el resto de las cosas. Tenía el pelo largo y denso, rojísimo, las manos muy suaves y calientes. Pensé muchas cosas, pero quizá la que más se repetía en mi cabeza era la siguiente: estar con ella era incluso mejor de lo que había imaginado. Nunca antes me había pasado eso. Se habían dislocado los términos, se había tropezado mi mirada sobre el mundo; la imaginación había sido vencida por una visión de la realidad.
Escucho los primeros versos de Thunder Road y tengo aquella noche en las manos, un vestido flotando en el viento, la mirada incrustada en el cielo.
tercera parte
your face was in the shadows but I knew that it was you
Desde aquellos días de acompañamiento, guardo conmigo las canciones de Bruce Springsteen. Soy consciente de que ninguna de ellas explica mi contexto, pero sé también que algunas comprenden con rigurosa exactitud aquello que yo soy. Pienso ahora en el futuro, en las cosas que van a venir, en el miedo que tengo a que todo se acabe -a perder a las personas que quiero, a que mis sueños se desvanezcan-. Pienso en todo eso más de lo que me gustaría, quizá porque mi vida se encuentra ahora mismo atascada en muchos aspectos y, si soy honesto, me cuesta mucho imaginar las salidas. Tengo esperanza, todavía tengo esperanza.
Con la música de Springsteen he generado un estado de convivencia, de comprensión mutua: yo la leo a ella, ella me lee a mí. Es un intercambio sencillo. Vuelvo a ella igual que regresaba a casa en mis veranos infantiles: consciente de que voy a encontrar un espacio seguro, de que voy a estar a salvo de la incertidumbre, de que, en este palacio de la memoria que he construido a su alrededor, las palabras nunca cambiarán. Las palabras de consuelo siempre serán las mismas, pase lo que pase.
Es posible que este vínculo tenga elementos que sólo pueden explicarse desde lo biográfico, y cabe preguntarse si cualquier otro artista, ubicado en el mismo lugar de mi vida en el que cayó Springsteen, me habría afectado de una manera similar. No descarto esa posibilidad, pero tampoco resto valor a la facilidad con la que él consiguió comunicarse conmigo entonces: tengo que asumir que mi vida no puede justificarlo todo, que probablemente Springsteen se sostenga sin necesitar el soporte de mi biografía.
Lo alargo todo un poco más, hacia ese futuro incierto que me aguarda. Vuelvo a las letras de Born to Run, el álbum que trató de condensar la incertidumbre de toda una generación de jóvenes estadounidenses. Escribe, en Jungleland, lo siguiente:
beneath the city two hearts beat / soul engines running through a night so tender / in a bedroom locked / in whispers of soft refusal / and then surrender (bajo la ciudad, dos corazones laten / los motores del alma corren a través de una noche tierna / en una habitación cerrada / en susurros de suave negación / y, después, rendición)
Escucho la parte de saxo de Clarence Clemons en Jungleland y siento una paz difícilmente corruptible. No sé si voy a tener trabajo próximamente, tampoco sé si, en caso afirmativo, ese trabajo me hará feliz. Vivo lejos de mi familia y probablemente gasto más dinero del que me convendría: tengo 24 años y todavía no he vivido ningún mes sin necesitar ayuda económica de mis padres. Vuelvo a Jungleland para encontrar aguas tranquilas. Continúo. Hace tres años desde mi última ruptura, tres años desde que Springsteen irrumpió definitivamente en mi vida para quedarse conmigo. Aquel año vivía en Santiago de Compostela y, a lo largo del invierno, pasé muchas tardes en el mismo parque, leyendo su autobiografía, escuchando sus canciones.
Ahora casi no recuerdo ese parque, igual que me cuesta recordar las manos, la voz, la cara de la última persona a la que quise. Vuelvo a Jungleland para recomponer las piezas. Springsteen grita. Hace ya tres años que terminé mi carrera universitaria, un año desde que terminé mi máster. Ahora estudio otra carrera sin saber muy bien hacia dónde, por qué, hasta cuándo.
Bruce Springsteen cumple hoy 70 años. Me pregunto cómo debe sentirse al saber que algunas de sus canciones viven tan cerca de personas que él no conoce. Su música ya no habla del presente. Todo el tiempo es el pasado, el pasado, el pasado.
No quiero olvidarme nunca más de ningún parque.