Sobre ‘Booksmart’, de Olivia Wilde

Adrián Viéitez
4 min readJul 29, 2019

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A mí me gustaría que las películas trataran sobre todo de cosas que son agradables de ver

Yasujiro Ozu

El cine es una cosa ajena al principio. Las cosas se filman más allá de nosotros pero ese proceso distante nos está buscando, nos está apelando incluso en un momento de desconocimiento.

Cuando me enamoré por primera vez me gustaba pensar en las vidas previas que mi pareja y yo habíamos emprendido, cada uno ajeno al otro, hasta encontrarnos finalmente. El amor es una cosa ajena al principio.

Las películas y el amor acaban llegando: esa es mi forma de ver las cosas.

Olivia Wilde filma Booksmart como si, de algún modo, hubiese estado con nosotros desde el principio. La película está concebida para la transformación: ninguna de sus líneas argumentales busca pisar tierra firme, sino autocuestionarse con una levedad encantadora. Está más en nosotros que nosotros mismos, que por nuestra cuenta hemos decidido abandonar la agitación.

Su esqueleto de comedia clásica es el punto de partida: Wilde conoce bien su herencia, el trabajo de décadas -¿ha pasado ya casi un siglo?- que ha colocado a la comedia adolescente en un lugar privilegiado de las narrativas contemporáneas. Su relectura de Supersalidos se confiesa desde el cast: Beanie Feldstein, hermana de Jonah Hill, encabeza el reparto. A su lado, donde antes estaba Michael Cera, brilla con ligereza cómica Kaitlyn Dever.

Los lazos se aprietan pronto cuando el crítico se enfrenta a una comedia adolescente: es como si esas dos palabras constriñesen el relato, lo empaquetasen, lo asfixiasen hasta imponerle un límite que, como es obvio, la película de Olivia Wilde desprecia.

Ella construye su relato en base a contraplanos.

  1. El efectuado entre las dos coprotagonistas. Ambas parten de un mismo lugar -concretamente, de una primera escena en la que se sueltan con un apoteósico baile robot-, pero su toma de decisiones se fractura pronto. Si el personaje de Feldstein es firme y decidido, el de Dever resulta ser mucho más voluble, caótico. La premisa vuelve a resolverse en un gesto básico de construcción de personajes y composición de plano: lo lógico sería que estas dos chicas perteneciesen a planos distintos, pero Olivia Wilde las agrupa desde el principio.
  2. El efectuado entre las protagonistas y los personajes secundarios. Como mencionaba previamente, Booksmart está planteada con la estructura narrativa clásica de las comedias adolescentes; dos jóvenes parten de una situación actual y alcanzan una situación potencial a través de un aprendizaje divertido que comparten con una serie de personajes secundarios. Hey, ho: si las dos pinceladas iniciales sirven a Wilde para que el espectador comprenda rápido la posición de las protagonistas, apenas un lametazo inyecta vida propia a cada uno de los secundarios, planteados a través de una construcción en dos tiempos: en primer lugar los convierte en clichés, a continuación les devuelve su humanidad.

Este es el proceso de Booksmart, más allá de la cáscara cómica: Olivia Wilde propugna el descubrimiento a través del contacto, e inventa un mundo en el que todas las personas son potencialmente débiles y vulnerables, pero en último término sensibles al sufrimiento del otro. En esta película no existen los villanos, no existen los personajes decididos a hacer la vida imposible a las protagonistas. Wilde atraviesa su relato con una flecha de inocencia, intuye que todos los adolescentes están igualmente perdidos, que todos necesitan la misma dosis de compañía para encontrar caminos posibles.

Es posible que Booksmart sea pionera desde el punto de vista discursivo: esta ya no es una comedia que practique el feminismo desde el activismo, sino que lo asume de forma medular. El mundo de Olivia Wilde es intrínsecamente feminista y no se comprende más allá del feminismo.

¿Es esta una comedia adolescente distópica? No, salvo que el diagnóstico del que se sienta frente a ella sea mucho más descreído que el de la propia Wilde. Salvo que el espectador no confíe en los adolescentes y se adscriba a un discurso del corte apocalíptico de los jóvenes de hoy en día no tienen futuro. Alejada de esas convenciones lastimeras, la cineasta apuesta por una juventud progresista, libre, consignada a la empatía, y no pretende con ello aplicar un análisis del adolescente occidental medio del siglo XXI, sino de algún modo sostener una posición filosófica de optimismo de cara al futuro.

Hace algún tiempo pensaba que las cosas tenían que acabar mal por fuerza, anclado en la premisa de que un final es triste per se. ¡Creo que no es verdad! ¡Creo que estaba equivocado!

Las dos protagonistas de Booksmart se replantean a sí mismas a través de un guión planteado como un acumulatorio de gags dirigidos a ninguna parte. Al final, una de ellas dice ¡vayamos a por tortitas! y la película acaba. El sentido de los gags se revaloriza entonces: si este es un desdoblamiento del clímax narrativo de la comedia clásica, ¿qué son todos esos puntos intermedios?

Olivia Wilde se esfuerza por puntear a cada secundario, por maquillar cada decorado, cada luz, cada color, cada movimiento de cámara -desde la sobriedad del instituto a la cámara en mano de la piscina-, cada dispositivo cinematográfico para que cada escena posea una energía distinta, para que cada momento parezca estar al límite de lo vivible. ¡Eso es Booksmart, claro! ¡Una invitación a vivir!

Cada vez me siento más cómodo siendo feliz. He empezado a pensar que las demás cosas siempre me agotan. Y aunque el transcurso de las cosas no se ajuste a lo imaginado, nadie puede prohibirme el ejercicio de la imaginación.

Me acuesto, pienso en el mundo meditado por Olivia Wilde. Mañana bailaré como un robot. Sí, sí. Mañana bailaré.

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Adrián Viéitez
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Written by Adrián Viéitez

still, still to hear her tender-taken breath

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