Sobre Berta García Faet (17–12–22, Granada)

Adrián Viéitez
2 min readMar 15, 2023

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Casa giratoria, de Paul Klee (1921)

Al final de Una pequeña personalidad linda, una cita de Blanchot: “La respuesta es la enfermedad de la pregunta”. Al principio de Manojo de abominaciones, Berta escribe: “Fue bonito, verdadero, mientras te estuve buscando”.

Un pequeño gesto basta para enhebrar las dos puntas de una poética que, claro está, se ha ensanchado, pero preserva la intuición de intentar ser un ensayo perfecto, un fantástico error.

Podríamos establecer que la escritura de Berta comienza, en los libros que integran Corazón tradicionalista, a partir de un generoso acto de lectura: personajes, ficciones y una euforia por los mundos invisibles se reúnen y no es hasta Fresa y herida, o más propiamente ya La edad de merecer, cuando los poemas se dan la vuelta y dicen: “¿por qué me buscas ahora, miserable catástrofe, / lamentable parodia de mí, cuando ya te he olvidado?”; o dicen: “chica, el yo es una ficción, ¿te enteras? pero yo exhibo al yo con desvergüenza”.

Precisamente sobre los raíles de la escritura de otro — de un César Vallejo manifestado — se escribe y reescribe el yo de Berta García Faet en Los salmos fosforitos, un libro filológicamente exhaustivo, poéticamente compulsivo y, sobre todo lo demás, desbordado por el misterio propio de los grandes juegos. Ensayo perfecto ejecutado, todo un fantástico error.

La idea de obra cerrada se problematiza por completo ante esta forma de escribir que siempre se atribula, que vive hacia adelante: Los salmos fosforitos es, desde luego, una obra muy calculada. Por eso resulta tan complicado entender su habilidad para desdecirse, para decir casi siempre que sí y negarlo de vuelta. Hay algo adolescente, claro, en esta forma de inteligencia tan aritmética: uno no piensa en los límites del campo de juego mientras se encuentra jugando; uno no piensa en los límites del beso cuando se encuentra besando.

Así que sí: las obras de Berta García Faet están bastante cerradas. Y sin embargo esa finitud resulta antinatural. Hacia el final de Una pequeña personalidad linda: “La luciérnaga decía que lo suyo / no era tesis, era vibración”.

Para hacerse cargo de una escritura del mundo, o del arduo problema de la representación, Berta piensa siempre en acueductos: asumir las impotencias del poema es el paso esencial para descubrir sus fuerzas escondidas. Y si bien, hacia el final de Fresa y herida: “decir distimia no la suprime / decir océano no lo suprime”; en el corazón de Los salmos: “Estas son mis épicas. / Machaco a mis desenamoramientos”.

Ensayo y error, ensayo y error: a lo largo de todos sus libros y desde lugares distintos, Berta persigue una deslocalización semántica de lo propiamente dicho. Si van a capitalizar nuestro lenguaje, qué menos que ponerlo difícil. Saltando de charco en charco, como una liebre o una niña: de forma sencilla, de forma muy natural.

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Written by Adrián Viéitez

still, still to hear her tender-taken breath

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