Rory Gilmore enamorada (I)
0. son precisos los pretextos
Escribo esto encerrado en casa. He descubierto que la conciencia colectiva no resuelve mi ansiedad: estoy encerrado a pesar de que el resto del mundo también lo esté. Abro el texto con este apunte, que no es más que una nota formal: si se quiebra el texto, si lo biográfico trasluce más de lo debido, si mis ideas no avanzan de la manera más adecuada; sabed que llevo seis días sin salir de casa. Igual que todos vosotros. Es posible que vuestro desquiciado estado neutralice el mío a la hora de leer esto, pero quién sabe lo que pensarán las generaciones futuras.
Más pretextos: hace dos semanas empecé a ver, por primera vez en mi vida, Las chicas Gilmore. Fue una decisión un poco desesperada -o al menos así lo entiendo ahora-: necesitaba despejar mis desencuentros o, como un amigo me escribió entonces, mis colisiones de espíritu. Después vino el asunto del encierro y mi relación con la serie se volvió elíptica: dentro de ella la calma; a su alrededor un largo ejército de temores.
Las circunstancias de este texto, pues, son las siguientes: estoy encerrado, atravieso un momento delicado de las cosas y he terminado las tres primeras temporadas de Las chicas Gilmore -a saber: las tres que ocupan el paso de Rory por Chilton, el instituto privado al que consigue acceder en el primer episodio de la serie-. No hay una relación causal necesaria entre todo esto y el hecho de tener que escribir algo, claro está, pero rara vez se puede delimitar la escritura siguiendo ningún principio de causalidad.
Breve apunte procedimental: quería escribir una serie de cosas sobre la forma en que la serie creada y escrita por Amy Sherman-Palladino se aproxima a las relaciones afectivas, pero el material es tan vasto y tengo tanto interés en detenerme en aspectos muy concretos que he tomado la decisión de partir mi texto en dos. Escribo esta primera parte sin haber visto apenas nada más sobre la serie, prácticamente virgen como espectador de la estancia de Rory en la universidad.
1. Rory y Dean: la inercia de los días
La serie tarda poco en poner en marcha sus mecanismos: Rory conoce a Dean en su primer episodio, por casualidad, y de su primera interacción se desliza una chispa inequívoca. En cualquier caso, ella tiene 16 años y este es su primer contacto con un sentimiento de este tipo -¡qué suerte tenemos los espectadores! ¡hemos llegado justo a tiempo!-; además, el traslado a Chilton provoca que solo pueda encontrarse con Dean en Stars Hollow, el pequeño pueblo a las afueras de Hartford, Connecticut al que su madre, Lorelai, se mudó al nacer ella.
Así que las primeras tentativas por cruzarse son más bien aparatosas: Rory se pasa por el supermercado del pueblo, en el que Dean trabaja, para comprar literalmente lo primero que se le ocurra y generar así una oportunidad para hablar con él. Días después, él fuerza un nuevo encuentro en el autobús. Los dos fingen que todo es fortuito, que dos personas pueden simplemente cruzarse eventualmente y que la voluntad no juega ningún papel en todo esto. Finalmente, y de nuevo en el supermercado, sucede: Dean y Rory se dan su primer beso.
Eso respecto a los acontecimientos, pero aceleremos el tiempo para comprender las dinámicas de esta relación, que se extiende -con un doloroso interruptus- desde la primera a la tercera temporada: Rory idealiza a Dean de salida, y se entusiasma con cada nuevo y excitante evento de su relación. Dean se suma a la noche de películas de Rory y Lorelai; Dean es invitado a la cena de los viernes en casa de los abuelos, Emily y Richard; Dean acompaña a Rory al baile y ambos se quedan dormidos, juntos, hablando. Paralelamente, la vida de Rory crece entre libros, y en Chilton pronto empieza a destacar académicamente. Toda esa parcela de la vida de Rory se mantiene al margen de Dean: no solo es que él no esté presente en ella, sino que tampoco comprende sus mecanismos, sus códigos, su lenguaje. Ahora vuelvo aquí. Antes, una parada para referirme a la primera ruptura de Dean y Rory, mencionada al principio de este párrafo.
Para celebrar que llevan saliendo juntos tres meses, Dean invita a Rory a pasar una noche distinta. Al final de la misma le dice que la quiere: ella no sabe qué responder, se atasca, titubea. Él reacciona desesperándose, humillado, y decide romper su relación con ella. Es brusco y todo queda a medias, pero también es profundamente significativo para entender por qué, tras el éxtasis de su reanudación, el resto de la relación de Rory con Dean se verá lastrado por el gesto forzoso de él, por su incapacidad para leer los tiempos de Rory, por una cohabitación que, con el tiempo, empieza a producirse en espacios cada vez más separados. Recupero aquí la idea final del párrafo previo: Dean no comprende la vida de Rory, no comparte sus inquietudes -en un episodio visitan una feria del libro y él espera sentado, como haciéndole un favor a ella, en una escena que rezuma tedio y finitud-; lo único que comparte con ella es, de hecho, la idealización juvenil de su propia relación. Y Rory se aferra a ello, en un ejercicio de sensatez que poco tiene que ver con el amor adolescente. Pero entonces aparece Jess.
2. intermezzo: Lorelai y Max Medina; Lorelai y Christopher; Lorelai y Luke
Mientras los amores adolescentes de Rory se suceden, en la vida de su madre también se abren paso nuevas posibilidades. La suya es una circunstancia peculiar: embarazada a los dieciséis, decide abandonar la acomodada residencia de sus padres e instalarse con Rory, entonces un bebé, en un viejo invernadero rehabilitado de Stars Hollow. Al hacerlo, deja atrás también a Christopher, el padre de Rory, con quien se suponía que debía casarse -todo el mundo lo opinaba así, excepto ella-.
En el momento en que comienza la serie, Lorelai está soltera. Se intuye desde el principio su flirteo con Luke, el dueño de la cafetería del pueblo. Cabe apuntar que dicho flirteo no llega a resolverse en las tres primeras temporadas -sospecho, eso sí, que terminará por hacerlo inevitablemente-. Así que aparco a Luke de momento y a la espera de futuras entregas.
Al final de la primera temporada, Lorelai se compromete con Max Medina, el joven profesor de literatura de Rory en Chilton. Todo sucede de manera aparentemente apacible: los dos se entienden bien, parecen quererse y cuidarse. Llegado el día de la boda, sin embargo, Lorelai despierta agitada a Rory y le pide que se marche con ella a pasar el día a Harvard. Le dice que ya ha comunicado a Max que no puede casarse con él. La cosa se queda así, colgando, y Rory no demanda mayores explicaciones.
Los rodeos de Lorelai y Christopher no me parecen particularmente relevantes más allá de una escena concreta: aquella en la que ella le dice a él que, si no ha podido dar solidez a ninguna relación hasta la fecha, es porque nunca lo ha descartado como posibilidad. Si el espectador buscaba respuestas para la brusca ruptura de Lorelai y Max, aquí se ofrece un anticipo. Las demás llegan en la tercera temporada, cuando ambos de reencuentran. En primera instancia, Max parece haber superado por completo su decepción, lo que descoloca en cierto modo a Lorelai. Pero los muros se caen en un momento de debilidad y ambos se besan. Max reacciona negativamente ante el beso, asustado: le pide distancia, le dice que el dolor que le causó el abandono fue demasiado profundo y que no se lo puede volver a permitir, que simplemente no puede hacerlo. Lorelai lo acepta y uno asiste a una tragedia silenciosa: la de dos personas convenientes pero cruzadas a destiempo.
3. Rory y Jess: el amor es un estallido
Jess, el sobrino de Luke, llega a Stars Hollow en la segunda temporada de la serie, cuando Rory y Dean ya se han reconciliado. Se presenta como un chico huraño, silencioso y tosco en las formas. La primera vez que lo vemos sonreír, Rory también sonríe: son muy pocos los esfuerzos que escatima Amy Sherman-Palladino cuando quiere dejarnos claro que algo va a suceder entre dos personajes; una mirada basta, una mirada basta. Todo lo que no encontramos entre Dean y Rory se manifiesta aquí de repente: una erupción de atracción, un intenso deseo de comprender y conocer a la otra persona.
Incapaz de adaptarse a Stars Hollow más allá de la amistad iniciada con Rory -fundamentada en su mutuo interés por la literatura y en una forma distinta, nueva y emocionante de comprenderse el uno al otro-, Jess acaba por regresar a casa de su madre, en Nueva York. Rory se escapa de clase para visitarlo allí, perdiéndose la graduación de su madre. Cuando está cogiendo el autobús de vuelta, él le pregunta por qué ha ido a verlo. Ella le contesta: porque no te habías despedido. Él sonríe y ella sonríe y sucede una cosa que no soy capaz de nombrar porque las palabras resultan, a veces, la cosa más vana de todas.
En el siguiente episodio, delirios florales: Rory pasea con Christopher cuando, a lo lejos y al borde del lago, descubre la figura de Jess. Se acerca a él corriendo, en una escena poblada de un verdor místico que contrasta con los tonos ocres y suaves de la serie. Ella le pregunta qué está haciendo en Stars Hollow. Él responde que ha vuelto. Ella, de repente, lo besa y sale corriendo.
Pasa el verano y todo se suspende. A la vuelta, la relación de Rory y Dean es una cosa muerta que se mueve por inercia. Jess se acerca a ella de forma torpe, en ocasiones violenta, siendo ese personaje-tipo que solo encuentra una vía para exhibir su vulnerabilidad cuando está a solas con Rory. Las cosas, al final, caen por el peso del deseo: es el propio Dean, de hecho, quien manifiesta lo evidente de la situación; lo evidente que resulta que Rory y Jess están enamorados, lo estúpido que parece que no estén juntos.
Así que Jess y Rory se encuentran, enamorados y libres, de nuevo en el lago.
Al final de la temporada, Jess vuelve a marcharse. Esto es todo lo que tengo que decir sobre la aproximación argumental de las tres primeras temporadas de Las chicas Gilmore a la cuestión del amor.
4. una conclusión
A veces el amor se complica. Estoy encerrado viendo Las chicas Gilmore y tengo mucho tiempo para pensar, ¡más del que me gustaría!
En el último episodio de la tercera temporada, Rory recibe una llamada desde California, pero nadie habla al otro lado. Ella, convencida de que es Jess quien la llama, comienza a hablar. Termina: puede que te haya querido, pero tengo que dejarte ir. Se cruzan las líneas: las vidas avanzan y los amores no pueden hacerlo al mismo ritmo. Uno asume que vive a pesar de los desamores, que todo sigue y sigue y sigue y, en el fondo, no es tan distinto de lo anterior.
¡Pero cómo podría nadie olvidarse de aquel verdor!