Fragmento de una educación sentimental

Adrián Viéitez
4 min readMay 23, 2021

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‘The Village’ (M. Night Shyamalan, 2004)

Me gustan las historias blandas, la música de acompañamiento y el silbido del agua parpadeando entre las rocas. Durante los últimos años he armado mi vida para gestionar con amabilidad —primero hacia mí mismo, luego hacia los demás— el conflicto entre la violencia y una mirada suave sobre las cosas. Me agrada proyectar hacia adelante porque siempre he sospechado que todo está a punto de resolverse y no desestimo todavía esa ingenuidad, pero con los años he empezado a cargar algo más de prudencia sobre mis expectativas. La prudencia tiene un sabor amargo, es pastosa e indeseable. Yo no quiero especular: quiero bailar por la noche mientras la hierba centellea y escuchar contigo sonidos secretos mientras cruzamos los caminos.

Me he cuestionado con dureza respecto a mi programa político: estoy prácticamente seguro de que el compromiso con una comunidad de ideas no viene necesariamente precedido de una exposición pública de las mismas, también de que la política se ejerce decisivamente en un ámbito no institucional; sin embargo, todavía sospecho que hay una tecla que no estoy pulsando aquí. Mis amigos conciben el activismo de una manera clásica —si es que esa rareza conceptual es posible—, y me parece bien. Ellos también están asustados y reaccionan hacia fuera, muchos son retóricamente hábiles y saben manejarse con destreza alrededor de este tipo de cuestiones. Me pregunto a ratos si no estaré haciendo lo suficiente, si acaso estaré empeorando las cosas con mi pasividad ornamentada de cierto aparataje discursivo. Sé que pienso algunas cosas, pero no tengo claro que eso sea suficiente.

Del mundo me gustan las cosas sencillas. Al futuro le impongo siempre lo improbable, pero no deseo que se resuelva nunca en el presente: aquí quiero estar tranquilo, atisbando quizá un horizonte de posibilidades que se disponga lo suficientemente lejos para no intervenir mi serenidad. Para este espacio deseo historias blandas, música de acompañamiento y el silbido del agua […]

Cuando pienso en escribir imagino cartas de amor, imagino:

Son quince meses desde la última vez que nos vimos y todavía me sorprendo alguna mañana, antes de tomar por completo el control de mis gestos, recordándote a través de estas corrientes de inercia. El cuerpo se acostumbra despacio a la ausencia, tal es su espesor. Te escribo para contarte algunas cosas: mamá ha conseguido un nuevo trabajo y en casa estamos bien. El mes pasado terminé —al igual que tú, imagino— mi tercer curso en la universidad, los exámenes no me han salido mal; todos estos espacios que una vez compartimos prolongan su estancia en mi vida más allá de ti. Es raro: sé que pronto ellos tampoco estarán y tu precedente siembra el futuro de terrores; ¿olvidaré acaso estos pasillos, el olor de los robles por la mañana? Hace unos días intenté dibujar tu rostro en el interior de mi cabeza y no fue fácil, diría que ya ha pasado algún tiempo desde que me cuesta horrores recordar tu voz. ¿Hablabas tan rápido como yo recuerdo? La memoria se esparce extrañamente, aunque esto tú también lo sabrás y quién sabe qué partes de mí seguirán contigo todavía. Todavía me resulta sencillo recordar tus manos, claro; blandas y redondeadas y suaves como las almendras. Sé que las apretabas con fuerza cuando estabas triste y que las movías en todas las direcciones cuando hablabas de las cosas que te gustaban. ¿Te gustarán ahora otras? Te escribo todo esto solo para que sepas que a veces siento aún que estás conmigo, y sucede en los momentos menos esperados: cuando el agua se filtra entre las rocas de la playa […]

Pero también imagino:

La noche de ayer fue una de las más bonitas de mi vida. Me resta todavía el pulso extático a través del sueño: tenías el pelo enredado y los dos tuvimos la paciencia necesaria para deshacer todos sus nudos, uno a uno, hasta bien entrado el amanecer. Quizá no sospeches nada de esto, pero te escribo para decirte que se me confunden las coordenadas: me siento bien cuando estoy contigo y algunas veces pienso que puedo haberme enamorado de ti. No querría proponerte conclusiones equivocadas: lo más importante es que sepamos conservar el silencio que nos entrelaza tan cómodamente. Pero también sería triste para mí no saber decirte que al reunirnos ya no se trata exclusivamente de preservar la paz, que desde hace algún tiempo se me ha vuelto difícil no sostener tus manos cuando están cerca. Sabes que no es excesivo mi interés por que las cosas cambien; si te cuento esto no es otra mi esperanza que la de que cualquier cambio posible sepa hacernos más felices. Anoche nos miramos y la intuición adquirió por primera vez cierta forma de certeza. Escríbeme, si quieres, o no lo hagas. Creo que, si esta carta contiene el espíritu de una confusión, sabré eludir la existencia de lo escrito. Es agradable saber que estás cerca de mí. No guardo mayores aspiraciones.

Y además imagino:

El tiempo que hemos pasado juntos ha sido hermoso. Reluces en mi memoria con el color variable de los claveles.

Y en todas las cartas que imagino guardo el espacio necesario para una suave, poco invasiva y firme música de acompañamiento.

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Adrián Viéitez
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Written by Adrián Viéitez

still, still to hear her tender-taken breath

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