De Watchmen a tus manos (un texto / una súplica)

A veces veo películas en el momento adecuado y pienso que eso no es justo.
0. una película prologa al resto
A lo largo de la última semana he visto Watchmen, de Damon Lindelof. Lo subrayo, aunque parezca obvio, para atender a que lo importante aquí no es Watchmen en sí, sino el lazo que ha trabado conmigo. Mientras la veía, empecé a intuir que querría escribir algo al respecto de ella. Me pasa pocas veces, y la mayor parte de ellas esa ansia inicial acaba disipándose cuando la película termina, cuando yo me alejo y regreso a los espacios que me pertenecen sólo a mí. Con Watchmen, sin embargo, se ha dado el caso de que aun hoy, dos días después de terminarla; aun en medio de esta noche tan rara, sigo compartiendo todos los espacios con ella.
Es pertinente dibujarme a mí mismo viendo Watchmen: ha sido una semana triste. Muchas veces, en la tristeza, busco consuelo en alguna que otra forma de pensamiento. Escucho lo que mis amigos y familiares tienen que decirme sobre las cosas y valoro mucho su calor. Pero las ecuaciones las despeja el pensamiento, cuando abandona su red cortocircuitada y se abre de nuevo a la luz, a la imaginación. He estado pensando estos días en que Watchmen ha doblado el tiempo a mi favor, porque si la tristeza reside en el final de las cosas, el único pensamiento que puede salvarnos es el de que nada, de hecho, termina jamás.
Este no es un texto sobre Watchmen, a pesar de todo. Es una concatenación de manos, todas tuyas, que del pasado regresan a este mundo y transforman el presente en un líquido eterno.
1. un masaje de manos en una parada de autobús
Tienes las manos muy blandas. La primera vez que las juntas con las mías estoy demasiado nervioso para darme cuenta. Es de noche e invierno, pero yo pienso que hace calor. Un mes después, en mi casa, empiezo a convencerme de que las cosas contigo difícilmente podrán funcionar. Es una lástima: me gustas mucho desde la primera vez que pensé que podrías gustarme mucho. Antes no lo sé, antes es difícil establecer las cosas. Apenas nos hemos visto y eso lo complica todo. He pasado mucho tiempo solo, pensando en esto, y veo pocas probabilidades a nuestro futuro en común.

Un día nos volvemos a ver y todo es nuevo. Estamos sentados en un banco del parque, hablando de las cosas que se nos ocurren. De repente siento algo, no exactamente un estallido, más bien una invasión pacífica. Te observo y empiezo a ponerme cada vez más contento. Aprieto tus manos contra las mías porque intuyo que este es un momento importante. Sospechaba que podía llegar a sentir esto por ti; ahora lo sé y eso me hace feliz. Empezamos entonces a hablar de tus manos, caminamos un rato y esperamos al autobús. Lo pienso y te lo digo: tienes las manos muy blandas. Me alegro mucho de que esto ya funcione así, de poder decirte ya las cosas que pienso. Nos abrazamos mucho rato, muy suavemente.
Pienso en las manos cuando veo Watchmen porque estoy seguro de que constituyen un mecanismo fundamental para que la narración de Damon Lindelof avance. Debajo de una suntuosa cortina argumental, claro: el texto histórico-político es una parte inalienable de la identidad de Watchmen como producto cultural, y no quiero que se piense que no lo tengo en consideración, que no valoro su escritura a ese respecto. Lo que hago es colocar esos apuntes en otra estantería y bajar al tema de las manos, más propio de Lindelof que de Watchmen, posiblemente, y por ello más radical, más pegado a la esencia de lo hablado.
2. una noche en mitad de la plaza
Volvemos de cenar, es la última noche que pasaremos juntos antes de las vacaciones. Hace un mes que te conozco y en mi imaginación afirmo que lo sé todo sobre ti. Sé que ahora estás contenta, puedo verlo. Conozco la forma de tus manos, pero atiendo más a su suavidad, a lo fácil que resulta acariciarlas. Puedo asegurarte que este es uno de los momentos más felices de mi vida. Hemos ido a ver Tres colores: Azul, de Kieslowski, y me he sentido muy cómodo en el cine, convencido de que, en ese preciso instante, no me habría apetecido estar en ningún otro lugar del mundo.

Cruzamos la plaza camino a mi casa y es curioso: ya no queda nadie en la calle, estamos los dos solos, como pidiéndole una prórroga al tiempo antes de marcharnos los dos a lugares distintos. Me pregunto qué sentido tienen las vacaciones ahora, cuál es su propósito cuando a mí me gustan los días normales, los días en los que puedo estar contigo, en los que podemos caminar e ir al cine. Es posible, en cualquier caso, que este extraordinario preludio a las vacaciones sea capaz de justificarlas. A la vuelta ya no seremos los mismos, pero ahora mismo nos envuelve un círculo de viento que me confiesa que ya es inevitable, que me he enamorado de ti y de lo fácil que resulta dormir cuando estamos juntos.
En Watchmen de Damon Lindelof, el personaje de Angela Abar extiende las dos manos, una en cada dirección: es el diagrama temático de su creador. Una mano recompone los lazos familiares perdidos, reconstituye los vínculos heridos por las circunstnacias; la otra estudia el tránsito del amor por las paredes del tiempo. Es importante la memoria, eso se sabe: uno recuerda continua e incansablemente a todas las personas que se acercaron, que alargaron la mano, que inspiraron en mí una sensación familiar. Porque si el mundo es cruel y está en disputa; si el mundo está al borde mismo de su desaparición, lo único que podemos hacer es estar juntos, acoplarnos en la víspera del miedo. Angela Abar, golpeada por la muerte de sus seres queridos desde niña, se enamora de una idea nueva acerca del tiempo. La idea es la siguiente: estoy siempre contigo, en cada uno de los momentos que pasamos juntos.
3. las cosas que no sucedieron
Inventarse un amor es difícil y lleva su tiempo. Yo sé muy poquito sobre estas cosas.
El Doctor Manhattan entra en un bar, se acerca a Angela Abar y dice: estoy enamorado de ti. Comprende que para mí el tiempo funciona de forma diferente. Es decir: yo siempre he estado enamorado de ti.
¿Es posible asesinar la pena del final? ¿Tendría sentido apenarme por tu marcha si ésta no supusiese más que un punto en medio de un montón de puntos esparcidos por el tiempo, si en los demás puntos pudiésemos estar juntos?
Sobre los mecanismos de mi memoria habría que apuntar algunas cosas. La primera es que puedo recordar con cuadrilátera exactitud sensorial algunos momentos concretísimos de mi vida. Atribuyo a dichos momentos cualidades cercanas a lo sagrado. Reordeno la importancia, pues: no es mi memoria lo extraordinario aquí, lo extraordinario son tus manos en la parada del autobús, lo extraordinario son tus manos.

Angela Abar y el Doctor Manhattan dan comienzo a su relación sabiendo de antemano que ésta durará exactamente diez años. Después, tragedia. Apunta él: ¿acaso no todas las relaciones terminan, por definición, en tragedia? Se aventuran juntos; diez años es una cantidad razonable de tiempo. Aún así, la decisión me parece valiente, y eso me revuelve y me hace pensar en los motivos por los cuales nos fijamos la necesidad de desconocer el final, de no pensar en él en absoluto. No sé si sería capaz de enamorarme de alguien con la severa conciencia de que todo terminará desmoronándose. Tampoco sé, siendo sincero, si tengo la decisión en mis manos cuando se trata de enamorarme de alguien. Esto no es fácil de decir, pero lo digo: si tuviese ese poder en mis manos, probablemente elegiría siempre no enamorarme. Por eso pienso que no me gustaría nada tener ese poder.
Casi siempre que escribo textos como este acabo encriptándome más de lo que me gustaría. Querría deciros algo más.
Pienso en la manera que tienen algunas películas de golpear en el momento justo, y en que Watchmen trata también un poco sobre eso -no en vano, la primera secuencia de la serie transcurre en una vieja sala de cine en la que un niño celebra la proyección de una película que volverá a él sin descanso a lo largo de toda su vida-.
Desde muy pequeño he sido propenso a trenzar amor y fantasía, y a estas alturas sospecho que mantener la postura me va a hacer sufrir más cada vez, con cada año que cumpla.
Esta noche es un poco triste, aunque no tanto como otras, y escribo todo esto porque Watchmen ha picado luz en una penumbra extraña. Escribo también para confesar que sigo vivo en la parada de autobús, en el medio de la plaza. Que a pesar de todo sigo enamorado porque lo he estado desde el principio, desde que yo soy yo, con todo lo que eso conlleva.
Para terminar me gustaría decirte todas las cosas que aún no he dicho, pero no es tan fácil. Algún día quizá lo haga.