carta breve a una buena amiga
Karmele,
Me entristece no poder darte un abrazo en el día de tu cumpleaños. Ahora que todas las cosas suceden en privado, ahora que el mundo se termina en la pared siguiente, yo quiero celebrar en público la fortuna de haberme encontrado contigo.
En medio de tantas personas pujando por ocupar el centro de las cosas, tú me has brindado una oportunidad para volver a comunicarme en los márgenes, en el silencio que habita los pocos espacios vacíos alrededor del ruido. Es tu naturaleza la que vuelve las cosas cómodas: suspendes las hostilidades para mí, has conseguido reivindicar una idea limpia de la amistad que tenía desterrada; una idea de la amistad que me permite desanudar mis tensiones, dejar de pensarme por un momento. Creo que esta libertad no es nada sencilla, nada usual, pero tú la has desarrollado para mí con la naturalidad de las cosas que solo pueden ser de una manera: encuentro en tu compañía un espacio transparente, libre de juicios y amaneramientos; un espacio en el que la amistad se libera de toda forma posible y extiende la mano, y la extiende, y la extiende.
Soy consciente de las limitaciones de todo esto, de que no puedo operar tu tristeza eventual, tus preocupaciones diarias: no puedo hacerlo aun estando convencido de que una persona como tú, tan desinteresadamente esforzada por conseguir la felicidad, debería poder alcanzarla y hacerlo para siempre. Soy consciente y lamento no poder pulsar el mundo en el punto exacto que anule el daño para ti, pero también me consagro a acompañarte mientras tú sigues intentándolo.
Cuando esto termine tendré ganas de verte de igual manera que estaré deseando reencontrarme con mi familia: de todas las personas que he conocido desde que llegué a Madrid, puedo decirte con seguridad que ninguna reanuda y aviva mi niñez como lo haces tú. Colocas sobre el mundo un velo de bondad, inocencia y ternura; me devuelves la confianza en el color blanco.
Feliz cumpleaños, Karmele, desde esta distancia que se me hace tan rara.
Te quiero mucho.
